El mejor jugador de poker de la historia, Stu
The Kid Ungar |
Para casi todos los entendidos, el mayor talento que ha dado el mundo del naipe
en los tiempos modernos. Este norteamericano de padres judíos es uno de los dos únicos mortales que han logrado ganar el evento
principal de las Series Mundiales de Poker (WSOP) en tres ocasiones: 1980, 1981 y 1997. En su momento fue amado por unos y
odiado por muchos más, lo que no se puede negar es que es y, más que probablemente, será el jugador de poker más famoso de
la historia.
Stuart Erroll Ungar (su madre le puso Erroll en honor del actor australiano, pues
estaba enamorada perdidamente de él) nació el 8 de septiembre de 1953 en Nueva York. Se crió en Manhattan, en el East Side.
Su padre, Ido, regentaba un club social en el que además de copas se servían cartas, con lo que el pequeño Stu tomó biberones
rodeado de picas, corazones, tréboles y diamantes. El patriarca quiso mantener alejado a su retoño de esta afición, pues veía
el modo en que su clientela se dejaba los cuartos, los medios y hasta los enteros. Pero sus intentos fueron baldíos. El bueno
de Stuart demostró una habilidad innata para el gin rummy, y a base de ganar todos los torneos en los que participaba se hizo
un nombre. A los 10 años ganó el primero. Era el pistoletazo de salida de una carrera de éxitos.
Cuando tenía 15 primaveras Ido murió en brazos de su amante, y Stu, con su madre
incapacitada por una grave enfermedad, encontró en Víctor Romano, enrolado en la familia de los Genovese, a su auténtico padrino.
El mafioso, que tenía una memoria prodigiosa (se dice que podía repetir la definición exacta de cualquier palabra del diccionario)
utilizaba este don divino para calcular probabilidades en el mundo del juego, y con su magisterio fue transmitiendo todas
sus habilidades al joven Ungar, que se volvió invencible.
La protección que le brindaban sus amistades peligrosas le valió para salir bien
librado de su instinto asesino y sus malos modos en las mesas. En cierta ocasión un jugador al que había ganado le intento
agredir con una silla en la cabeza: días después fue hallado muerto de un disparo. Carta blanca para Ungar, a cambio del dinero
que ganaba en el gin y el poker. Con sus triunfos mantenía a su hermana y a su madre; pero lo que ganaba al gin lo perdía
en los dados o cualquier cosa sobre la que se pudiera apostar. Primero se mudo a Florida; pero después acabó en Las Vegas,
donde se casó con su novia de siempre y tuvo una niña.
El principal motivo que lo llevó al poker y a cambiar de aires fue que su reputación
en el gin rummy hizo que ya no tuviera rivales. Nadie quería jugar con él. Ungar, con su aspecto aniñado, destrozaba a sus
compañeros de mesa. Una famosa noche literalmente despedazó al considerado número uno del momento (con su permiso) Harry Yonkie
Stein. “Desde ese día nunca volvió a ser el mismo (Stein)”, aseguró uno de los que presenciaron la masacre. Tras
esto, era un hombre marcado. Ungar llegaba a ofrecer determinadas ventajas a sus oponentes; pero ni así conseguían acabar
con él.
Una vez un famoso tramposo lo retó a jugar contra él. Ungar sabía que era un timador;
pero aceptó jugar por dinero. Durante la partida, el guardaespaldas de Stu (lo llevaba por obra y gracia de sus amigos hampones
para evitar que lo asaltaran) se dio cuenta de que su rival jugaba sucio. El gorila se puso hecho un basilisco y apartó a
su protegido para partir por la mitad al chorizo; pero Stu le dijo que lo dejara. “Ya sé que no es legal; pero le ganaré”.
Y lo hizo.
Ya en Las Vegas, el gin rummy seguía siendo popular en forma de torneos. Ungar
ganó o acabó entre los primeros en muchos de ellos, de tal modo que los propietarios de los casinos le pidieron que no acudiera,
ya que la mayoría de los clientes rechazaban participar si lo veían. Tal es el temor que inspiraba. Los dueños veían que este
alfeñique amenazaba sus negocios. Ungar afirma en su biografía que adoraba ver como sus oponentes se iban paulatinamente desmoronando,
y le complacía especialmente contemplar su cara de desesperación. Un rasgo de su personalidad que nos indica su carácter despiadado,
incluso sádico, en el juego y, quizá, en la vida. “Era jodidamente bello”, decía.
Para concluir con su etapa de gin rummy nada mejor que esta frase de su cosecha:
“Algún día, supongo que puede haber algún jugador mejor de texas hold´em no limit que yo. Lo dudo; pero puede suceder.
Lo que puedo jurar es que no puedo ver a nadie nunca jugando al gin rummy mejor que yo”.
En 1980 acudió a las Series Mundiales de Poker buscando apuestas y emociones más
fuertes. Ganó el evento principal, dejando en la cuneta en el mano a mano final a nada menos que a Doyle Brunson, y convirtiéndose
en el campeón más joven de la historia (hasta que Phil Hellmuth lo desbancó de este honor en 1989). Por su imagen de chavalín
le pusieron el apodo de The Kid (el chico). Revalidó el título en 1981, y a partir de aquí vino una caída imparable, un deterioro
progresivo que acabó en una habitación del Motel Oasis. Pero eso lo contaremos más adelante.
Estaba en la cumbre de su carrera. Tenía una memoria prodigiosa y un cociente
intelectual de genio. Podía seguir la pista a cada carta en un mazo con seis barajas jugando al blackjack. En 1977 apostó
con Bob Stupak, propietario de varios casinos, la cantidad de 100.000 dólares a que no era capaz de contar las tres últimas
barajas de un total de seis. Ganó.
En 1982 la Comisión de Juego de New Jersey le multó con 500 dólares por hacer
trampas en una mesa de blackjack. Argumentaban que añadió fichas a posteriori en una casilla ganadora… algo que él negaba
con vehemencia. La penalización era una fruslería para él; pero si la pagaba admitía ser un tramposo; algo que detestaba.
No lo necesitaba. Su memoria de paquidermo y su habilidad para contar cartas (algo legal) le permitían ganar sin utilizar
malas artes.
Apeló en los tribunales y ganó el caso. La broma le costó más de 50.000 dólares
y, según cuenta en su biografía, el proceso le dejó tan agotado que no pudo defender su título de campeón con éxito. Su reputación
le empezó a cerrar las puertas en los casinos de Nevada. Cuando le veían llegar, las mesas de blackjack se cerraban. Este
fue quizás el punto de inflexión en su vida. Se divorció de Madeleine en 1986. Tuvieron una hija, Stefanie. Adoptó un hijo
del primer matrimonio de Madeleine, Richie, que tomó el apellido Ungar. Pero la tragedia golpeó en su puerta salvajemente
y, tras su ceremonia de graduación en el instituto, Richie se suicidó. Sus padres enloquecieron, y Stu encontró en la cocaína
una vía de escape. Durante las WSOP de 1990, que jugó bancado por su íntimo amigo Billy Baxter, fue hallado inconsciente el
tercer día del evento principal en el suelo de la habitación de su hotel habitual. Una sobredosis de drogas era la culpable.
Aún así, y con los crupieres poniéndole las ciegas en su ausencia, acabó noveno, llevándose 20.500 dólares.
Dilapidó lo ganado en el naipe en coca y apuestas deportivas e hípicas. Conoció
lo que es ser millonario y arruinarse cuatro veces. El ciclo era sacar del poker y metérselo por la nariz o dejárselo en los
caballos. La mayoría de sus amigos y gran parte de sus rivales afirmaban que no quería llegar a los 40 años. Uno de los primeros
aseveró que lo único que lo mantenía con vida era su férrea determinación por ver crecer a su hija. Mike Sexton intento que
ingresara en una clínica para desengancharse; pero Stu lo rechazaba sistemáticamente, asegurando que algunos de sus compañeros
de viaje que habían estado en estos centros le decían que era más fácil conseguir en ellos droga que en la calle.
En 1997 estaba sin blanca. Una vez más Baxter le financió los 10.000 dólares de
la inscripción del evento principal. The Kid tenía un aspecto lamentable, con el tabique nasal carcomido por la cocaína. Sin
embargo, parece que el polvo blanco no le había afectado el cerebro. Guardó una foto de su hija en la cartera y la llamaba
regularmente para comentarle cómo le iban las cosas. Ungar triunfó por tercera vez y mostró a las cámaras de la ESPN la foto
de Stefanie mientras le dedicaba la victoria. Partió con Baxter el premio del millón de dólares. Los medios de comunicación
de las Vegas hablaron del retorno de Stu: habían pasado 16 años desde que ganó las series mundiales por vez primera. La imagen
que queda de él en el evento es la de un hombre prácticamente desfigurado con unas minúsculas gafas de sol tipo John Lennon.
En unos pocos meses el manirroto Ungar malgastó sus ganancias: coca y apuestas
deportivas. Ante los ruegos de su hija, intento dejar la droga varias veces; pero a las pocas semanas acababa recayendo.
En 1998 su mecenas particular, Baxter, le volvió a ofrecer el dinero necesario
para jugar las Series. Stu aceptó. Sin embargo, 10 minutos antes de que diera comienzo el evento principal dijo que no podía:
estaba destrozado por las drogas. Los meses siguientes fueron su caída imparable a los infiernos: imploraba a sus amigos un
préstamo para jugar… aunque se lo gastaba en crack.
El fin llegó en su habitación del Motel Oasis en noviembre: apareció muerto con
800 dólares: lo que le quedaba de los 25.000 que le dejó de nuevo Baxter una semana antes para jugar en las mesas de límites
altos en el Bellagio. Había perdido, pero no tanto. Dónde fue a parar el resto…
La autopsia determino que había restos de droga en su organismo; pero no en la
suficiente cantidad como para originar la muerte. La causa oficial fue un fallo cardiaco motivado con el consumo excesivo
de sustancias estupefacientes a lo largo de su vida. A pesar de haber ganado millones, acabó sus días en la miseria. Su amigo
y compañero de mesas Bob Stupak organizó una colecta para pagarle el entierro.
Stu sólo vivió 45 años; pero en ese corto espacio de tiempo se convirtió en leyenda.
Único jugador que ha vencido en tres ocasiones en el evento principal de las Series Mundiales de Poker; pues Johnny Moss se
llevó la primera, en 1970, por votación popular. En las Series ganó más de dos millones de dólares en premios y cinco brazaletes;
en su carrera, más de 30… y murió arruinado.
Ungar también se hizo con la ahora desaparecida Amarillo Slim Super Bowl of Poker
en 1983,1988 y 1989. Esta competición era considerada como el segundo título más prestigioso del mundo del poker. Acabó primero
en un total de 10 torneos en los cuales la entrada era de 5.000 dólares o más.
Una de sus frases más celebres es: “No quiero que digan de mí que soy un
buen perdedor. Enseñadme un buen perdedor y os mostraré a un perdedor”. Su competitividad era extrema, algo que en ocasiones
pagaban los crupieres.
Muchos de sus compañeros de naipe y antiguos profesionales están de acuerdo en
que podía haber “cosechado” mucho más si hubiera sabido exprimir a sus rivales. Su estilo despiadado y asesino
dejaba tocados a los pobres incautos que se sentaban a su vera. No sabía regular la partida e ir poco a poco ganando. Quería
hacerlo y humillar, con lo que sembraba de sal el campo que pisaba.
Mamando de las ubres de Romano (protector suyo y gangster de la familia Genovese)
y sus secuaces hay multitud de anécdotas que riegan su vida. Se hallaba en cierta ocasión esperando un vuelo para ir a jugar
a Europa con algunos profesionales más. Todos menos él llevaban pasaporte. Por no tener, ni tenía número de la Seguridad Social,
y si lo tuvo fue para poder cobrar su primer titulo en las WSOP en 1980. Pues bien, tras ser advertido que lo necesitaba para
abandonar el país, el agente le dijo que por una pequeña cantidad podía conseguir un formulario allí mismo con el que le darían
el documento rápidamente. Acostumbrado a los tejemanejes de Romano en Nueva Cork, creyó que le pedían una “mordida”,
y le largó un billete de 100 pavos al funcionario. El aduanero, indignado, a punto estuvo de llamar a la policía acusándole
de intento de soborno. Sus amigos pudieron calmar las aguas y todo acabó solucionándose con normalidad.
Ungar tenía varios coches de lujo; pero no le gustaba conducir, y raramente lo
hacía. Prefería los taxis. Los cogía desde y para ir a cualquier lugar, por muy cercano que estuviera. Sus propinas a taxistas
y empleados de casino eran legendarias. Según Mike Sexton, “Stuey gastaba más dinero en taxis en un año que lo que ganaba
mucha gente en ese periodo de tiempo”.
Se compró un nuevo modelo de Mercedes deportivo y lo condujo hasta que se quedó
sin aceite y rompió el motor. Llevó el vehículo hasta la tienda donde lo había adquirido y el mecánico le dijo que el problema
era que se había quedado sin lubricante. Ungar le replicó: “¿Por qué demonios no me avisaron que había que poner eso?”
Para él comer era una actividad que le apartaba del juego, por lo que sus comidas
eran relámpagos. Invitaba a todo el mundo, dejaba generosas propinas y salía como una centella del restaurante para volver
a las mesas… con tapete.
Cuando tenía dinero, era una de las personas más generosas que nadie pudiera conocer.
Una vez estaba en racha y le pago a su compañero de fatigas en las apuestas deportivas, Michael Baseball Mike Salem, la hipoteca
de varios meses. Salem no le pidió el dinero; pero Stu sabía que estaba perdiendo y por eso lo hizo. Le salía del alma ayudar
a sus amigos.
Sexton y Ungar se conocieron durante una mala temporada del primero. Estaba al
borde de la bancarrota. Stu se encontraba jugando seven card stud con límites altos y fue al servicio. Allí estaba Sexton.
Le pidió que echara una mano por él. Entre profesionales se hacía la vista gorda y se consentían cosas de este tipo. Sexton
enganchó una escalera de mano; pero la jugó de forma cautelosa: no era su dinero. Cuando Ungar volvió del baño vio un bote
monstruoso y su actitud hizo que Sexton jugara el final de forma agresiva y ganara un buen dinero. Stu le prestó 1.500 dólares
para que fuera a otra mesa. Ganó otros 4.000, le dio a Ungar la mitad y pudo reconstruir su bankroll.
Le gustaba vivir deprisa sin reparar en gastos. En poco tiempo, las carreras de
caballos le hicieron embolsarse un millón y medio de dólares. Se llevo a sus camaradas a un club de strippers y pago una juerga
de época: chicas, champagne, habitaciones… Nunca pido nada a nadie.
No tenía tiempo ni para asearse en demasía. El pelo se lo lavaban dos veces a
la semana en el casino The Dunes y se lo cortaban cuando era menester.
Nunca tuvo el dinero en un banco. Lo guardaba en la caja fuerte de
los hoteles donde se hospedaba. Decía: “Quiere decir que no puedo ir a medianoche y coger mi pasta”. “Es
ridículo”.